El mundo del contacto erótico es tan amplio que reducirlo a unas pocas acciones es privarse de una multiplicidad de sensaciones. La repetición de las mismas prácticas es un camino directo a la rutina y, por ende, a la insatisfacción.
Tenemos que aprender a reconocer que la vida sexual –y la vida en general- requiere cambios: demanda provocar (y provocarnos) y buscar y explorar nuevas formas de relación. Las situaciones conocidas terminan aburriendo, o perdiendo la adrenalina de lo nuevo. Es clave renovar.
El deseo sexual no se define sólo como “las ganas” de tener sexo: también tienen que ver con las fantasías que lo acompañan y, fundamentalmente, con la búsqueda de una intensidad satisfactoria para ambos.
¿Sexo fuerte o suavecito?
Para tener actitud, hay que tener en cuenta el acuerdo con la pareja. No necesita ser explícito; los cuerpos tienen la capacidad de comunicar, de decir lo que se quiere y cómo se quiere.
Si la relación no tiene compromiso, es posible que el grado de entrega llegue a ser alto, sin ningún reparo o cuestionamiento posterior. Caso contrario ocurre cuando se está gestando un vínculo que puede llegar a ser más prolongado y rico en emociones.
El miedo a pedir y a mostrar
Las mujeres son más sensibles a la represión de sus capacidades amatorias. A pesar de la liberación de sus cuerpos, muchas temen ser vistas como “muy experimentadas” cuando se dejan llevar por la intensidad de sus deseos.
Una buena opción es ir graduando la entrega, no sólo para no sucumbir ante pensamientos desagradables o autoreproches, sino para descubrir las sensaciones que provoca el cuerpo del compañero y el propio en esta nueva experiencia.
Ellas también temen ser muy “activas” en la relación y que el hombre se moleste por asumir un rol “pasivo”. El mito de los roles “activo” y “pasivo”, resabios de la dominación masculina y sumisión femenina, sigue influyendo a la hora del encuentro.
Hay mujeres y hombres que, entregados al frenesí sexual, exponen sus gustos sin reparos y se dejan llevar por la excitación del momento. Y así debe ser, siempre y cuando exista acuerdo entre ambas partes para suponer que lo que se dice y se hace es parte del juego erótico.
Cuando la entrega incluye “ricos condimentos”, hay que aprender a disfrutarlos sin culpas ni regaños.
Por el doctor Walter Ghedin. Médico psiquiatra y sexólogo. Autor de “La vagina enlutada”, "Tipos en la cama" y "Tipos que huyen".